Jesús Oliva: Herencia, presente y futuro del boxeo lavallino

Tiene 16 años, pelea y gana llevando el legado boxístico de su familia. Sueña con cumplir 19 y convertirse en boxeador profesional.

Sociedad29/08/2025 Por Lorenzo Díaz
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El boxeo, más que un deporte, ha sido siempre un lazo de sangre en la familia Oliva. Todo comenzó décadas atrás, cuando Carlos Alberto Oliva, un joven de barrio y con apenas sueños como equipaje, ingresaba al polideportivo de su ciudad para entrenar bajo las órdenes de referentes como Juan Lima, Jorge Masari y Huevito Flores. Más tarde, su destino lo llevó al histórico gimnasio Mocoroa, donde quedó bajo el mando de don Paco Bermúdez, uno de los grandes formadores del boxeo mendocino.

La carrera de Carlos prometía. Tenía el hambre, la disciplina y la fuerza necesarias para forjar un nombre en los rings provinciales. Sin embargo, la vida le puso obstáculos duros: su padre sufrió un ACV, y el sacrificio económico que exigía el boxeo —viajes, alimentación, equipo, médicos— se volvió insostenible. Como tantos guerreros anónimos, Carlos tuvo que colgar los guantes para dedicarse al trabajo y al sostén de su familia.

Años después, aquel fuego que había quedado encendido en su interior encontró continuidad en sus hijos. Primero, su primogénito, Carlitos, quien incluso alcanzó títulos en los Guantes de Oro, pero tuvo que abandonar cuando ingresó a la policía. Luego, los gemelos: Jesús y Leonel. Fue Jesús quien terminó abrazando la pasión del padre de manera definitiva.

Desde los 12 años, Jesús se acercó a un gimnasio por curiosidad, viendo cómo su hermano entrenaba. Allí conoció a Federico Guiñazú, y más tarde al carismático Ángel “El Diablito” Arancibia, hoy campeón argentino y sudamericano. La chispa estaba encendida: los guantes, que su padre había dejado, encontraban nuevas manos.

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Con apenas 14 años, Jesús debutó oficialmente tras algunas exhibiciones. Desde ese momento no paró. Con disciplina y humildad, fue escalando: Se convirtió en bicampeón del torneo Vendimia, el certamen más importante de Mendoza. Además, sumó el prestigioso cinturón de Jesús Ariel Camaru.

Representó a la provincia en el Campeonato Nacional en el Chaco, donde se midió en la categoría de 48 kg y se ubicó entre los tres mejores del país, pese a que naturalmente su peso era menor.

Mientras tanto, Carlos, ya convertido en profesor de boxeo, se transformó en el guía y sostén de su hijo. Las victorias llegaron, pero también los sacrificios: cada viaje a otra provincia, cada estadía, cada gasto se cubría con el bolsillo familiar. El esfuerzo no era menor, pero padre e hijo compartían un sueño: que Jesús tuviera la oportunidad que a Carlos se le había negado.

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Hoy, con 16 años, Jesús acumula 19 peleas en su récord y afronta un momento crucial en su carrera. Todavía no puede ser profesional —la ley exige tener 19 años—, pero cada paso lo acerca más a ese futuro.

Este viernes, en el mítico estadio Vicente Polimeni, Jesús subió al ring para disputar su pelea número 20. Una vez más, ganó demostrando su valía pugilística y las ganas de seguir construyendo los cimientos del futuro campeón.

No fue solo un combate más: es el símbolo de una historia de lucha, sacrificio y legado. Un padre que soñó y no pudo, un hijo que toma la posta con hambre de gloria, y una familia entera que acompaña con orgullo y esperanza.

El Polimeni fue testigo de mucho más que un enfrentamiento: allí subió un chico de 16 años que lleva consigo los sueños de su padre, el sacrificio de su familia y el deseo de convertirse, algún día, en profesional y dejar huella en el boxeo argentino.

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